Los problemas personales le ganaron la batalla a quien fue una de las presentadoras más destacadas de la televisión. Los amigos de Lina Marulanda no entienden por qué una mujer tan emprendedora, alegre y de carácter se quitó la vida
El último regalo que Lina Marulanda le dejó a Alejandra Azcárate fue una cara feliz picando el ojo. “Con esa sonrisa me quedo”, dice Azcárate. Porque el resto del mensaje de texto que acompañaba el gesto virtual no resultaba tan alegre: “Necesito estar sola, por favor, entiéndeme”. Era la respuesta de la modelo y presentadora paisa a su amiga cuando esta le dijo que se encontraran para ponerse al día. Alejandra recuerda que tenía muchas ganas de verla porque había estado trabajando en Cali el fin de semana anterior, cuando Lina la llamó para contarle que se había separado de su segundo esposo, el empresario Carlos Oñate, después de solo cuatro meses de matrimonio. “Me preocupé con la noticia porque hasta ese momento los había visto muy felices juntos y ella estaba muy ilusionada. Nunca supe de crisis. Le dije que no se preocupara, que seguramente todo tenía solución, que no estaba sola. La oí muy triste pero no me pareció que estuviera tan mal”.
Lina, hermética y con pocos pero buenos amigos, sentía que su vida no pasaba por su mejor momento. Al final de su relación con Oñate se sumaban otros problemas. Había decidido poner fin a su sociedad en el negocio de joyas y accesorios Turmalina y Durando, y no había acabado bien con sus socios. Un amigo que prefirió no revelar su nombre le dijo a SEMANA que había invertido entre 60 y 70 millones de pesos en remodelar y acondicionar el local que montaron en la avenida 82 con carrera 13 de Bogotá. Pero le habían surgido dudas. Sentía que estaba en desventaja, y había contratado a un revisor fiscal para que aclarara cuentas que le parecían turbias.
En la mañana del jueves Lina revisaba con su asistente la contabilidad de Turmalina y Durando en su apartamento de la calle 86 con carrera 19. Eran cerca de las 11:30 y sus padres, llegados de Medellín un mes atrás para acompañarla, desayunaban en el comedor. Lina se levantó de su reunión y caminó al baño de su cuarto. De repente se oyó un grito y el sonido de un vidrio que se rompía. “Esa fue Lina”, exclamó la asistente mientras corría hacia el lugar. La puerta estaba con seguro, y segundos después el portero, descompuesto, gritó por el citófono que bajaran. La presentadora había roto el espejo. Se metió por la ventanilla de la ducha y saltó desde el sexto piso. Su cuerpo yacía tendido en la rampa interior del garaje del edificio.
Apenas se conoció la noticia surgieron versiones según las cuales Lina había tenido una fuerte discusión con sus padres y Oñate. Algunos dijeron, incluso, que en el momento de su muerte estaba presente un médico que sus familiares habían llevado. Pero los amigos de Lina desmienten esas versiones y afirman que los gritos que se oyeron fueron los de Lina cuando rompió el espejo. Tampoco tuvo altercados con su ex esposo, como también se especuló. De hecho, la víspera habían hablado sobre darse una nueva oportunidad. Se conocieron cuando Lina tenía 13 años y él 16, y por esa época tuvieron un romance pasajero. En 2008 se reencontraron, después de que ella se separó de su primer marido. Quienes sabían de su relación con Oñate la describían como muy cariñosa y dicen que “él era divino con ella”.
Las autoridades han concluido que la joven de 29 años había tenido varios episodios de depresión. Según versiones de personas cercanas, Lina fue internada en una oportunidad en una clínica en el norte de Bogotá tras llegar intoxicada por una mezcla de alcohol y pastillas, en un aparente intento de suicidio. Las mismas fuentes aseguran que otra vez la llevaron a urgencias por una complicación por anorexia, pero que se negó a internarse. La presentadora, preocupada por su imagen, cuidaba en extremo su alimentación y era obsesiva con el gimnasio.
Nada indicaba el destino que tendría Lina Marulanda, quien parecía tenerlo todo para ser feliz. Comenzó su carrera a los 12 años, cuando la presentadora Viena Ruiz, quien buscaba talentos para Stock Models, su agencia de modelaje, la descubrió. Lina, alta e imponente, caminaba con su papá por Unicentro, en Bogotá. Viena se le acercó y le propuso que se entrenara en pasarela y fotografía, lo que aceptaron en seguida. “Era seria, inteligente, espontánea y apasionada, un volcán de energía. A todo se le metía en cuerpo y alma”, dice Viena.
A los 19 años, ya como una modelo experimentada, dejó su natal Medellín y viajó a Bogotá para estudiar Publicidad en la Universidad Jorge Tadeo Lozano. Su profesor Jorge Rodríguez la recuerda como una joven “fresca, sin maquillaje, de jeans y camiseta, que aunque ya era famosa no se sentía más que nadie”.
Obtuvo su primer trabajo en televisión en 2002 como presentadora del Noticiero CM&. Un año después, Yamid Amat la llevó al Canal Caracol. Empezó en la emisión de la mañana, pero pronto la pasaron a entretenimiento. Sus compañeros del noticiero la recuerdan como una mujer emprendedora, que no se conformó con trabajar frente a las cámaras y se vinculó al mercadeo del canal. También montó un negocio de comidas rápidas muy famoso entre sus colegas. Dicen que los camarógrafos y los técnicos la querían mucho, pues llegaba al set bailando y cantando Atrévete-te-te, la canción de Calle 13 con la que todavía la asocian.
“Solo tengo recuerdos buenos”, opina Yamid Amat, quien luego la llevó de nuevo a CM&, donde se inventó una sección a su medida llamada Lo bueno, lo malo y lo nuevo. “Tenía una extraordinaria belleza y transmitía dulzura y una certeza de que lo que decía era veraz. Era frentera, terca y si no le gustaba algo lo decía”. Por estas características se ganó fama de malgeniada. Pero Yamid Amat Serna lo niega. Trabajó con Lina en el programa radial La hora del regreso, cuando ella tomó la decisión de cambiar las cámaras por los micrófonos. “La gente habla mucho -opina Amat Serna-. Lo cierto es que tenía carácter, como en el caso mío, pero como no era nada personal después de que disentíamos terminábamos bailando reguetón”.
Pero llegó el punto en que Lina se cansó de la farándula y de que se metieran en su vida. Cuando decidió formar su propia empresa, sintió que los medios la atacaron. “A pesar de que intentó no dejarse contaminar de la fama, la superficialidad y la hipocresía del medio, en gran parte esto acabó con ella. Lo que más le dolió en el alma fue que la tildaran de disociadora y conflictiva. Y eso no es cierto, la claridad no se puede confundir con agresividad. Yo trataba de calmarla porque ella sufría mucho con eso y le aconsejaba no ser tan volcánica”, asegura Azcárate. Algunos de sus amigos reconocen que Lina era explosiva y solía sobredimensionar sus problemas.
La presentadora sufrió el año pasado uno de sus momentos más difíciles, cuando le diagnosticaron a su papá una enfermedad articular que requería un tratamiento con medicinas traídas desde Cuba, del orden de los 7.000 dólares mensuales, que terminó por aliviarlo. Como si fuera poco, a su mamá le descubrieron un cáncer de seno del que ya está recuperada. Lina, a quien todos recuerdan como una hija devota, asumió la mayoría de los gastos de la familia y para poder pagarlos aceptaba trabajar en cuanto evento le ofrecieran. Un amigo suyo cuenta que entonces asistía a un tratamiento sicológico para ayudarla a manejar sus problemas emocionales. “Todo me parece muy contradictorio. Amaba a sus papás para luego dejarlos con este dolor. Su esfuerzo ha valido la pena porque se mejoraron, -dice Azcárate-. Yo creo que se le juntó todo y en realidad todo era nada, porque todo tenía solución”.
Julio Sánchez Cristo, director de La W Radio, dice que va a extrañar su ceño fruncido. “Me fascinaba brava”, comenta. Él, como todos los que la conocieron, coinciden en que a pesar de los altibajos, que no exteriorizaba, Lina tenía un humor negro envidiable, era gocetas y espontánea. Muchos no entienden cómo alguien que transmitía tanto amor por la vida pudo tomar esa decisión. Por eso Azcárate prefiere quedarse con el recuerdo de hace tres años, cuando celebraron el Año Nuevo en París. Cuando bailaban con las narices heladas frente a la Torre Eiffel.